En la casa,
por la rauda luz del cielo en la luna del espejo proyectada,
van tus ojos recorriendo los recodos donde yacen las palabras;
esos lugares hondos coloreados
en los artesonados de las paredes lánguidas.
En el cielo detenido de la casa
hubo un ángel.
Era el ángel que en el lecho y en la sala y en las sombras me alegraba.
Y fue un río.
Y a despecho del vacío en el silencio bajo el cielo transcurría.
Tú eras libre
y por eso de ataduras y de lianas y de troncos y de ramas te apartaban
esas aguas;
las que ahora son recuerdos y navegan en la mórbida deriva
y se ciñen a las cuencas ahuecadas por el tiempo y por el frío.
Y recuerdo las palabras, las endechas que tu diestra me escribía
en las encendidas cartas
donde hogueras de ansiedades y fulgores y caricias me dejabas.
Ahora extraño
ese ángel, ese río, esas cartas que mi angustia con tu angustia,
con tu angustia,
con mi angustia,
hoy son duelo y en el fondo pesaroso de mi vida duelen tanto.
Amílcar Luis Blanco ("Tierra, mar y libertad", acuarela por Cecilia Córdova)
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